Por Eduardo Schwartzberg (en Español)
Todos los días, Bernardo Rivera sale muy temprano de su hogar rumbo al taller de costura del cual es propietario y en el que supervisa el trabajo de una decena de operarios que al igual que él, decidieron ir a São Paulo-Brasil a probar suerte, trabajar unos años y volver pronto con dinero ahorrado para invertir en la compra de un taxi o algún negocio que posibilite la independencia económica y la de una familia que espera con ansias el regreso del viajero.
Bernardo tiene una casa en el barrio Ermelino Matarazzo frente al hospital del mismo nombre en la zona este de São Paulo. Lleva ya más de 20 años en la denominada “selva de cemento” por ser una ciudad inmensa que alberga a más de 12 millones de habitantes y porque el color gris predomina en su arquitectura. Bernardo está casado con Sandra y tiene cinco hijos con los que vive en la capital paulista. Nacido en Tomina, una población pequeña de Chuquisaca, decidió un buen día migrar para mejorar su condición económica y así su calidad de vida. Él, muy joven recién acabando su ciclo escolar, migró a la capital Sucre después a Santa Cruz y finalmente a São Paulo, es decir, toda una trayectoria migratoria.
La decisión de vivir en otro país diferente al tuyo conlleva varios aspectos importantes y necesarios de superar: separación familiar, incertidumbre laboral, racismo, etc. Sin embargo, el deseo de superación o simplemente la falta de oportunidades es el motor para traspasar cualquier frontera física o emocional, tomando una decisión de vida en muchos casos sin retorno.
Bernardo lo hizo y como muchos otros lograron superar el primer escalón en la trayectoria migratoria, esa etapa de sumisión, de horas interminables y de vivir una economía subterránea con sus propias reglas amparadas en la ilegalidad. Ninguno de sus hermanos vive en Tomina, todos decidieron migrar no solo a Brasil, también a la Argentina, a España y Japón. Solo regresan para la fiesta patronal de San Mauro que empieza el día 14 de enero y se extiende por algunos días.
En Bolivia, la migración es un fenómeno estructural, las remesas son parte fundamental de la economía y de las mejoras de poblaciones como Tomina. El año 2013 el país recibió por esta vía 1.181 millones según datos oficiales del Banco Central. Si bien antes Estados Unidos, Argentina y España fueron países donde la gente migró en anteriores periodos, actualmente Brasil se constituye por su desarrollo económico y por la apertura de sus fronteras con convenios como el MERCOSUR, un destino apreciado por cientos de bolivianos que cotidianamente llegan al aeropuerto de Guarullos o a la terminal de Barra Funda cargados de valijas y de sueños.
De acuerdo al último censo del 2010 en la capital paulista existen 151,071 residentes extranjeros legalizados y la comunidad boliviana ocuparía el segundo lugar en importancia poblacional después de la de Portugal con 21,680 personas. Información que en su momento fue histórica ya que por primera vez sobrepasaba a las comunidades de japoneses e italianos. Sin embargo estos datos no cuentan a los indocumentados por lo cual la cantidad de inmigrantes bolivianos llegaría 350,000 aproximadamente, según el consulado boliviano.
Lo cierto es que el proceso migratorio es de de larga data promovido principalmente por reformas estructurales. La Revolución Nacional de 1952 produjo un fuerte flujo migratorio indígena campo-ciudad e internacional principalmente a la Argentina en una primera etapa. La reforma agraria bajo el lema de la “tierra es de quien la trabaja”, impuso la parcelación de tierras comunes, tanto en ayllus como en haciendas, y la consolidación de derechos a una población colona de reciente migración, que había sido traída en un esfuerzo deliberado de los patrones por quebrar la solidaridad étnica, según la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui.
Posteriormente la hiperinflación en la época que le tocó gobernar a la Unidad Democrática y Popular (UDP) como después los efectos laborales que produjo, en 1985 el decreto 21060, incrementó el periplo migratorio a la Argentina como a otros destinos entre los principales Estados Unidos, España y Brasil.
En Brasil al igual que en la Argentina, el grueso de la comunidad boliviana trabaja en el rubro textil, es el eslabón más bajo en la cadena productiva de la moda. Los talleres trabajan a destajo para grandes compañías de ropa que aprovechan la mano de obra barata, para lograr un mayor excedente a partir de una economía subterránea y de condiciones laborales extremas.
Pero como en todo sistema de opresión siempre existen las formas de resistencia que van de lo simbólico a lo concreto. El capital cultural individual se reproduce gracias a las redes de parentesco que reconstruyen la comunidad y transforman el territorio en un espacio social que reafirma la identidad, la pertenencia a la tierra prometida a la que se desea volver a la comunidad imaginada que se extiende más allá de lo físico o lo jurídico. Como indica el geógrafo Hubert Mazurek “la territorialidad no siempre se define en el marco de un Estado-Nación, dentro de un espacio con fronteras físicas; se deriva de un espacio de referencia, en general local, y de la apropiación del espacio tiempo”
El patrimonio cultural, familiar, religioso, material e inmaterial que se representa en la reproducción de sus fiestas y tradiciones, son elementos importantes para la conformación de una identidad multi-polar. Las redes de parentesco son importantes para una migración exitosa basada en lo que podría denominarse la reciprocidad diferida, algo así como: yo te ayudo y tu deber es ayudar a los que vienen después.
En el barrio de Ermelindo Matarazzo eso es lo que aconteció, se reprodujo la comunidad imaginada a partir del patrimonio y de la redes de parentesco. Por esta razón Bernardo es apreciado en este barrio, porque gracias a él se abrió la puerta de Sao Paulo para otros paisanos, dando así continuidad a la cadena migratoria que tanto para Tomina como para muchas otras poblaciones de Bolivia se constituye ya en una tradición.
Sugestão encaminhada ao MigraMundo por Rosana Camacho